El amor y el compromiso con una vida científica pueden ser inspirados de las más diversas formas. En el caso de Melina Furman, bióloga investigadora del CONICET, la vocación científica se despertó más por autores de divulgación científica como Isaac Asimov, Carl Sagan o Richard Feynman, que por sus profesores de secundaria.
Melina Furman es bióloga (UBA), máster y doctora en Educación (Columbia University). Es investigadora del CONICET y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés. Investiga sobre cómo generar entornos que potencien el pensamiento curioso, crítico y creativo desde el jardín de infantes hasta la vida adulta. Creó la asociación Expedición Ciencia y condujo el programa La casa de la ciencia para el canal de TV Paka Paka. En su propósito de difundir ideas transformadoras, fundó el curso “El mundo de las ideas” y organiza los eventos TEDxRíodelaPlata.
“Tuve una enorme heterogeneidad de profesores, desde la de Biología que nos enseñó a entender los misterios de la vida hasta el de Física que era extremadamente tradicional y solía decir ‘esto es así por definición’”, recuerda Furman, quien también es doctora en Educación por la Columbia University.
En ese universo de enseñanzas clásicas e innovaciones que rompen la norma, Furman y otros investigadores –Diego Golombek, Gabriel Gellon y Elsa Rosenvasser Feher- se metieron de lleno a investigar y a proponer alternativas. El resultado es La ciencia en el aula, cuya primera edición se publicó en 2007 y que en 2018 se renovó con más propuestas y contenidos.
“La gran premisa de esta obra es que las aulas de ciencias reflejen algunos aspectos o dimensiones de la ciencia profesional y que eso ayude a que los estudiantes construyan una idea más cercana sobre lo que es el conocimiento científico”, resume Furman quien, desde hace varios años, investiga sobre cómo generar entornos que potencien el pensamiento curioso, crítico y creativo.
Tenés mucha experiencia en el área de la divulgación científica ¿Cuáles considerás que son las mejores estrategias a la hora de divulgar conocimientos científicos?
Para mí, ayuda mostrar lo apasionante de la ciencia. Cuando uno cuenta un descubrimiento o un avance de la ciencia, ayuda a mostrar la dimensión humana detrás: por qué surgió esas ganas de entender esas cosas nuevas, cuál es el problema que se está tratando de entender. A mi me gusta mucho una frase de Diego Golombek –investigador y divulgador- que dice que la ciencia no está hecha de noticias sino de historias. El modo en que aparecen las notas científicas en los diarios es más como “Científicos de la Universidad de California descubrieron X objeto”. Te cuentan el final, que está muy bien, pero cuando uno, al relatar la ciencia, cuenta todo el proceso previo -qué querían saber, cómo lo hicieron, donde metieron la pata-, eso ayuda a hacerlo más apasionante.
¿Es necesario otro tipo de formación para los docentes? ¿O el desafío pasa por luchar contra los prejuicios o estereotipos que puedan tener los estudiantes sobre la ciencia?
Lo que pasa es que para luchar contra los estereotipos hay que enseñarles de distinta manera. Hay muchas encuestas sobre cómo ven los chicos de secundaria a la ciencia, si se ven a sí mismos como potenciales científicos. Y lo que se suele observar es que, a medida que entran a la adolescencia, los chicos no quieren saber nada con la ciencia. Y eso es producto de una enseñanza muy transmisiva, muy pasiva y muy enciclopedista donde, en realidad, los chicos están escuchando y copiando en su carpeta un montón de datos y cosas que no terminan de entender del todo. El año pasado hicimos un estudio en muchas escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, en séptimo grado, para ver qué hacían los chicos en el tiempo de clase. Y lo que encontramos es que el 80 por ciento está copiando del pizarrón o viendo preguntas fácticas, de copiar y pegar de textos informativos. Es realmente mucho tiempo. También sucede que ven temas de manera muy superficial o muy disociada de las observaciones o experimentos que le dieron origen.
¿Y cómo se puede cambiar este panorama?
Parte de revertir todo este escenario es trabajar con los docentes. No sólo en la formación inicial, es decir, los que están por ser docentes, sino trabajar con los docentes en el ejercicio. Ahí hay una oportunidad más grande aún, porque uno ya está en el aula y tiene un escenario en el que probar cosas nuevas. Las capacitaciones que funcionan son aquellas donde surge una estrategia o idea nueva. Esa idea se lleva al aula, se prueba con los estudiantes, se reflexiona sobre ella… Es todo un proceso. Hay que tener en cuenta que es muy difícil cambiar el modo en que uno enseña, hay que desaprender un montón de cosas para aprender otras.
En la búsqueda de despertar vocaciones científicas, ¿se necesita un vínculo más aceitado o más fuerte entre las escuelas y las universidades?
Seguramente. Si la escuela secundaria hiciera un mejor trabajo en enseñar una ciencia más atractiva, más interesante, habría más chicos con vocaciones científicas en la universidad. Por supuesto, también ayuda cuando la universidad abre las puertas y hace puentes. Y, en muchos casos, lo están haciendo, con las Semanas de la Ciencia, con programas de ciencia donde chicos de la secundaria pueden hacer pasantías. Hay cosas que están muy buenas y está bueno que haya más aun, pero me parece que el gran motor de generar vocaciones científicas es que la escuela secundaria muestre a la ciencia como algo mucho más interesante de lo que la está mostrando hoy y más cercano a lo que verdaderamente es. Si me paro y sólo cuento una serie de cosas como conocimiento acabado y no cuento quién las investigó por primera vez, de dónde salen, qué vio para decir eso, pareciera que el conocimiento viene del plato volador. Eso es como lo contrario al espíritu científico, te mata la curiosidad.
Se mencionan varios aspectos esenciales en el libro. ¿De qué se trata cada uno?
A nosotros nos resultó útil, a la hora de trabajar con los docentes y pensar cómo se enseña la ciencia, dividirlos en aspectos que, por supuesto, conviven todos juntos. El aspecto empírico, por ejemplo, habla de que la ciencia se ocupa de dar sentido y explicaciones a fenómenos del mundo real, observables, a partir de evidencias, de datos, de mediciones. En las aulas es importante, sobre todo cuando los chicos son más chicos, que los estudiantes tengan la oportunidad de observar, de registrar datos, de sacar conclusiones. Cuando la ciencia en el aula pierde esa dimensión, se está perdiendo una pata fundamental en el proceso de construir conocimiento. El aspecto metodológico habla de que esas maneras de interpretar la realidad no son cualesquiera, sino que siguen cierta lógica: es un abanico metodológico que usan los científicos y que se pueden enseñar en el aula, porque hay maneras de interpretar la realidad. Ahí hablamos, por ejemplo, sobre qué son las buenas preguntas, observaciones para responderlas de manera válida, cómo diseñar experimentos, interpretar datos, sacar conclusiones, debatir, etcétera.
¿Y en relación a los otros?
El aspecto abstracto –tal vez uno de los que menos se trabaje en las escuelas- implica que esas interpretaciones de la realidad son construcciones teóricas, productos a veces, incluso creativos de la imaginación. El aspecto social implica pensar que todo este proceso se hace de a muchos, de manera colaborativa, que tiene pasiones involucradas, gente que debate. Nos parece muy importante que este aspecto se recree lo más posible en el aula, y que se piense al aula como un espacio social de conocimiento. Y el último aspecto es el contra intuitivo, que pone de relieve que muchas ideas, por ejemplo, en física y astronomía, van en contra de nuestro sentido común. Algunos conocimientos se contradicen con las vivencias que tenemos y que nos “dice” nuestra mente o nuestros sentidos. Es clave poder hacer modelos que expliquen evidencias, enseñar que a veces nuestros sentidos nos engañan.
(Fuente: Agencia CTyS-UNLaM)