NUEVA YORK- A fines del siglo XIX, Henrietta Swan Leavitt trabajaba en el Observatorio del Harvard College. Lo hacía a tiempo completo, seis días a la semana y cobraba 25 centavos de dólar por hora. Su rutina laboral consistía en examinar placas fotográficas junto al resto de las “computadoras”, como se denominaba a otras mujeres que, al igual que ella, realizaban cálculos sobre el tamaño y la luz de las estrellas. En 1912 escribió un trabajo sobre las Cefeidas, un grupo de la constelación de Cefeo. Había encontrado un patrón de ritmo y de luminosidad. No obstante, el documento llevó el nombre del director de la institución, Edward Charles Pickering. El de ella quedó prácticamente olvidado, como los de sus compañeras.
La historia de Leavitt es una de las que aparecen en El universo de cristal, el libro más reciente de la escritora estadounidense Dava Sobel. No es la única que en el país norteamericano se ha volcado recientemente a recuperar las historias de mujeres fundamentales para la astronomía y la ingeniería.
Nathalia Holt escribió en 2016 Rise of the Rocket Girls (“El ascenso de las chicas cohete”) sobre las mujeres que trabajaban en el Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL, en inglés) de California. Hidden Figures, de Margot Lee Shetterly, inspiró el film Talentos ocultos y es otra de las obras que introducen una perspectiva de género en la historia de la ciencia. Centrado en tres mujeres “computadoras” de la NASA, el libro también muestra las dificultades que enfrentaron ellas, afroamericanas, en pleno contexto de segregación racial. La película, nominada a los premios Oscar que se entregan hoy en la categoría de mejor película, conquistó al público estadounidense. Hoy encabeza la lista de recaudaciones en lo que va de 2017.
El auge de estas obras, coinciden las distintas autoras, no sólo reconoce el trabajo de astrónomas, ingenieras y matemáticas casi invisibilizadas. También alienta a las jóvenes actuales a seguir una carrera vinculada a esos mundos. “Para atraer a mujeres a las ciencias, poder contar historias de otras que triunfaron es inspiracional y eso es genial”, asegura Sobel, en diálogo con la nacion.
Universo de cristal
El título del libro de Sobel alude al material de las placas fotográficas con las que trabajaban estas mujeres, pero bien podría ser una extrapolación de ese techo invisible que el género femenino encuentra tan difícil de romper en más de una disciplina. “Los astrónomos conocen los nombres de estas mujeres, pero no conocen su verdadera historia. Saben el mito. Había cuentos populares sobre esto. Incluso la gente que trabajó en el observatorio no conoce la verdadera historia”, explica Sobel.
La escritora encontró archivos de la universidad, registros del observatorio e incluso parte de las placas fotográficas de cristal en el Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian. Con ese material, pudo reconstruir la historia de lo que, a fines del siglo XIX y principios del XX, era denominado despectivamente el “harén de Pickering”.
Para Sobel, era importante contar por qué el proyecto había comenzado y, sobre todo, por qué tenía tantas “computadoras” involucradas. La respuesta era sencilla: les pagaban menos. “El director tenía, por un lado, una mente abierta para contratar a estas mujeres, pero por otro se ahorraba dinero”, sintetiza la autora.
Computadoras con pollera
Sobel tenía en mente la historia para El universo de cristal desde hace décadas, pero otras escritoras encontraron la inspiración hace pocos años. Shetterly, por ejemplo, estaba de visita en el estado de Virginia cuando supo que la “señora Land”, una maestra suya, había trabajado como computadora en el centro de la NASA en Langley. Era 2010 y aprovechaba sus vacaciones para ver a su familia. Su padre le contó que muchas mujeres, “negras y blancas”, se habían desempeñado allí. Nombró a Kathryn Peddrew, Ophelia Taylor y, por supuesto, a Katherine Johnson, pieza clave del equipo que puso por primera vez a un estadounidense en el espacio.
La historia de esta matemática prodigio es una de las tres que narra la película Talentos ocultos, basado en el libro de Shetterly. Entre la visita de la escritora a Virginia y el estreno del film, Johnson, de 98 años, ya recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, la concesión más importante a civiles en Estados Unidos, de manos de Barack Obama. La NASA también le puso su nombre a las instalaciones de investigación en informática del centro de Langley.
También Holt, autora de Rise of the Rocket Girls, se topó casi por casualidad con la historia de las trabajadoras del JPL, cuyos aportes permitieron el desarrollo de motores de cohete. La escritora estaba embarazada y tenía problemas para elegir un nombre para su futura hija. Su esposo sugirió Eleanor Frances. Ella lo buscó en Google. Apareció entonces una mujer con un nombre similar y el apellido Helin. Una fotografía la mostraba aceptando un premio. “Me shockeó enterarme de que no era la única, sino que integraba un gran grupo de mujeres que fueron al laboratorio desde todas partes del mundo y tenían carreras como matemáticas en la NASA”, relata a la nacion.
La sorprendió, sobre todo, la duración de sus carreras. “Trabajaron allí por cinco décadas. Una de ellas, Sue Finley, todavía está en el laboratorio, y es la mujer que más tiempo ha trabajado en la NASA”, dice la escritora. Holt coincide con Sobel en que las mujeres han quedado fuera de muchos libros de historia. “Es maravilloso ver que esto está cambiando -considera-. Las mujeres siempre tuvieron un papel vital en la matemática y en la ciencia. Es alentador que estas contribuciones sean finalmente documentadas.”
Historias de película
La austríaca Hedy Lamarr no fue solamente la primera mujer que apareció, en 1933, desnuda en una película comercial. Fue también la coinventora de un “sistema de comunicación secreta”. Encerrada en su casa a raíz de los celos del esposo, la actriz leía sobre ingeniería. Finalmente escapó de Europa en 1937 y se dirigió a Estados Unidos. Allí, junto con el compositor George Antheil, patentó una primera versión del salto en frecuencia, una técnica de modulación de señales en telecomunicaciones que sentó las bases para lo que hoy es el wi-fi.
La historia fue una de las que más sorprendió a Valeria Edelsztein, escritora argentina, química e investigadora del Conicet. Según cuenta a la nacion, no fue la única que se encontró al estudiar el rol femenino en avances y descubrimientos. “¿Cómo es posible que, a mí, que siempre me gustó esa parte de la relación entre mujeres y la ciencia, que estoy metida en un ámbito científico, no me suene ninguno de estos nombres? ¿Por qué le van a sonar al resto del mundo, que no tiene que ver con estos temas?”, se preguntaba.
“Cocina, limpia y gana el Nobel” fue el título que la revista estadounidense Family Health dedicó a Rosalyn Yalow por obtener ese reconocimiento en Medicina en 1977. En la Argentina, Edelsztein lo puso en plural y lo utilizó en 2012 para el libro que consiguió el premio “Ciencia que ladra”. También le agregó un paréntesis preciso: “(y nadie se entera)”.
“Es terrible que haya mujeres tan invisibilizadas en la historia de la ciencia”, cuestiona. Su principal ejemplo de las “olvidadas” es Rosalind Franklin, fundamental en el descubrimiento de la estructura del ADN. La científica nunca fue reconocida por esa investigación. Murió en 1958. El Nobel de Química por el ADN se lo llevaron James Dewey Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins cuatro años después.
Tanto Edelsztein como las autoras estadounidenses coinciden en que este tipo de obras reivindica el rol de las mujeres en la ciencia. Para la investigadora argentina, “es importante que aparezcan estos libros” que recuperan esos avances, “porque, sino, la impresión que da siempre es que la construcción del conocimiento vino de la mitad de la población humana”. Un estudio reciente de la Universidad de Nueva York parece darle la razón: las nenas, a los seis años, dejan de asociar la inteligencia con su propio género. “Los modelos tienen un papel importante en alentar a la gente joven a seguir carreras en la ciencia. Espero que ambos, chicos y chicas, encuentren inspiración en las historias de estas mujeres”, considera, por su parte, Holt.
En ese sentido, algunos de estos libros se acercan más a la divulgación que a la introducción de una perspectiva de género. En el caso de Sobel, ella sólo quería contar una buena historia. Al final, reconoce, el resultado conseguido fue más amplio. Como el resto de las obras, terminó colaborando en una lucha contra los roles estereotipados en la ciencia.
Artículo extraído de: Diario La Nación